Sombra contra el crepúsculo. En su voz débil de anciano que se seca laten todas las furias, la violenta y amarga victoria del genio, la inútil última risa. Allí donde la austeridad encubre en sí una lujuria insaciable: la voluptuosidad de abarcar. Donde la fingida cobardía del desdichado no alcanza a disimular la arrogancia de la hazaña: la proeza. Borges y en sí, una victoria inhibidora, inevitablemente póstuma: mantener a todos lejos y unos cuantos escalones más abajo. Despreciar al mundo hasta el extremo de prescindir de la vista. Dejar la vida por la literatura como un místico, un asceta o un revolucionario podrían hacerlo por un Dios, una religión o una causa. (El juego siempre ha sido así: donde unos pocos iluminados rompen sus bocas con las verdades para luego desaparecer tras sus obras, disolverse, hayan vivido o no en la transitoriedad de cualquier dicha, haciendo estallar la literatura y con ella otra visión del Universo.)
Borges y en sí, la arrogante pretensión implícita en todo acto de genialidad, la palabra en la medida virginiana del relojero, la dolida omnipotencia de decretar ilusión al cosmos todo entre bibliotecas que metaforizan el Universo y espejos que afirman el error, nada sino brumas-
Hoy su obra tiene el poder suficiente como para resistir el más vulgar de los atentados: la oficialización. Ser tapa y nota constante de medios que denigran la palabra (afortunadamente no ganó el premio Nobel). SE MASIFICA LO QUE ASUSTA, LO QUE PERTURBA. El gran monje de la literatura, el bibliotecario del Universo renuncia a la vista por los secretos del tiempo, reafirmando aquel milenario axioma hermético: «El Universo es una creación mental».
Su figura, al filo de la leyenda, evoca aquel cuento zen donde en un diálogo memorable el discípulo interroga:
—Maestro: ¿Cómo haces para ver las cosas tan claramente?
—Cierro los ojos.
Espejos. Cosmogonías. Laberintos, ¿Qué es un escritor? Libros. Palabras. La vaga presencia de una sombra. NADA. Sólo una cosa más agregada al mundo.
Una cosa, o un número infinito de cosas, muere en cada agonía salvo que exista una memoria del universo.
Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías.
no hay en la tierra una sola cosa que el olvido no borre o que la memoria no altere.
Quien al andar por el crepúsculo o al trazar una flecha de su pasado, no sintió alguna vez que se había perdido una cosa infinita.
francamente no recuerdo si esa noche nos suicidamos.
uno de mis insistidos ruegos a Dios y al ángel de mi guarda era el de no soñar con espejos.
el sueño de uno es parte de la memoria de todos.
en el tiempo hubo un día que apagó los últimos ojos que vieron a Cristo.
Sabe que el muerto es ilusorio, como lo son la espada sangrienta que le pesa en la mano y él mismo y toda su vida pretérita y los vastos dioses y el Universo.
Porque en el principio de la literatura está el mito, y así mismo en el fin.
Entonces ocurrió la revelación. Vio la rosa, como Adán pudo verla en el Paraíso, y sintió que ella estaba en su eternidad y no en sus palabras y que podemos mencionar
o aludir pero no expresar y que los altos y soberbios volúmenes que formaban en un ángulo de la sala una penumbra de oro no eran (como su vanidad soñó) un espejo del mundo, sino una cosa más agregada al mundo.
**Todas las frases de esta nota sobre Borges pertenecen a El Hacedor (1960).
© JAVIER GALARZA