29.6.07

VOY A DORMIR (ALFONSINA STORNI)



«—Gloria al amor sombrío;
como la muerte pudre y ennoblece
¡Tú me lo des, Dios mío!»
(Delmira Agustini)


Voy a dormir, a morir, tal vez soñar. Un nombre inscripto en la arena se articula en la espuma de nuestros días, desde que hace años en un país lejano dos ojos se encendieron para atravesar las aguas turbulentas del río de las dos veces hacia esta orilla,  entre tempestades y temporales, Alfonsina y toda ella un sólo objetivo: retornar al mar.

I) INSOMNIA. (ESPECTRA).

¿Quién es ésta que regresa junto a las olas en cada noche de tormenta para susurrar su nombre en el viento? Es Alfonsina, nacida el 29 de mayo de 1892 en Sala Capriasca,  Canton Ticino de la Suiza Italiana, quién pasó su infancia en San Juan donde a la edad de seis años se robó un libro de lectura, una niña fantasiosa que de adolescente comienza a escribir versos de profunda melancolía, a coleccionar palabras donde buscar(se), a buscar rimas, escondiendo los papeluchos borroneados de sus primeros versos en delantales y enaguas, quien (como ocurre en todos los cuentos), una vez se queda dormida leyendo y el fuego de la vela que alumbra su noche quema páginas y ropas, es la hija de Alfonso, un comerciante ebrio y errático que se duerme sobre las copas de un bar deshabitado y de Paulina, una mujer aficionada al teatro («solamente investigo si cuando me gestaste fue la luna testigo por los oscuros patios en flor, paseándose»). Alfonsina, esa que a los tres años de edad sostiene entre sus manos un libro que no sabe leer para intentar parecer más grande y llora cuando le hacen notar que está al revés...¿Quién es ésta y qué es toda esta historia con sabor a cuento? ¿Quién es ésta —preguntábamos— que sopla junto al viento del mar y canta —está cantando—?Y ¿quién es esta adolescente que cuida como una segunda madre a su hermano menor y más tarde, cuando su padre muere y la familia se muda a Rosario, parte de gira con una compañía de teatro para recorre el país, ya bohemia desde entonces («... Porque mi alma es toda fantástica, viajera»), ésta que de alguna manera bien intuye que en la adolescencia se está más cerca de la muerte que en la vejez y, buscadora incansable, una vez recibida de maestra emprende camino hacia la gran ciudad, ya llena su alma de tormentas y rebeldías y el hijo en el vientre prometiendo amaneceres y crepúsculos y milagros?

UNA CANCION PARA ALEJANDRO

¿Cómo se las arreglará esta maestra soltera que escribe versos y está embarazada y llega absolutamente sola al Buenos Aires de 1911, esa ciudad plena de inmigrantes y tangos, conventillos y edificios imponentes y monumentos y avenidas? (Por aquellos años la corona inglesa regala al país en celebración por el centenario de su independencia una torre que estará ubicada cerca de lo que luego será Plaza San Martín y se inauguran las diagonales Norte y Sur).Un fenómeno celeste, el paso del cometa Halley, ocasiona terror y es causa de suicidios. El 27 de abril de 1912 nace su hijo: Alejandro Storni. ¿Cómo se las arreglará, decíamos, ésta mujer que de pequeña limpia copas, cose, trabaja en una fábrica de gorras, recorre (de adolescente) el país junto a una compañía de teatro, es maestra rural, oficinista y les peleará de igual a igual el podio a la sociedad machista y prejuiciosa de los escritores de la época y, claro está, mantendrá sola a su hijo? Mientras trabaja en una oficina («me acuna una canción de teclas») escribe su primer libro: La inquietud del rosal, publicado en 1916. El impacto será casi inmediato ya que el erotismo y la confrontación de algunos versos rompen con el molde tranquilizador del poema de amor pasivo.«...Yo soy como la loba / Quebré con el rebaño / Y me fui a la montaña / Fatigada del llano...» «...Yo tengo un hijo fruto del amor, de amor sin ley...» «...El hijo y después yo y después... ¡lo que sea!Aquello que más pronto me llame a la pelea...» Después Alfonsina renegará de ese primer libro. Dirá que lo escribió para no morir. Años mas tarde, Alejandro Storni contará que una canción de cuna lo arrulló de niño: el ruido de la pluma de su madre deslizándose sobre el papel.

POLVO DE ORO EN TUS MANOS

1) HORACIO (CUENTOS DE LA SELVA)


En 1922 conoce al escritor uruguayo Horacio Quiroga, ese genial cuentista aventurero y mujeriego, dueño de una historia trágica hasta el límite de lo entendible, ese «rasputín» de la selva misionera, salvaje y talentoso, de larga barba y ojos azules, capaz de escapar por los techos de Buenos Aires de sus subrepticias visitas a sus muy jóvenes amantes. El padre de Quiroga se había matado y luego también se suicido su padrastro; más tarde Quiroga asesinó en su país (se dice que accidentalmente) a un amigo con el que iba a batirse a duelo, luego se suicidó su mujer y en los años siguientes morirían de la misma manera sus tres hijos. Obviamente su personalidad tenía que atraer a Alfonsina, quién se integró a su grupo literario, Anaconda, y pronto fueron amantes («Ah, me resisto, mas me tienes toda, / Tú, que nunca serás del todo mío»). La amistad culminará, lógicamente, con otro suicidio: el de Quiroga y unos pocos versos para prolongar la vida: « —¿Con Horacio?- Ya sé que en la vejiga / tienes ahora un nido de palomas / y tu motocicleta de cristales / vuela sin hacer ruido por el cielo». Podemos decir que se hace arte como se ama: desde la muerte contra la muerte o para la muerte. Para afirmarse en la belleza de cada pequeña creación mientras nos dure el amor.

2) MANUCHO

Un poema de Alfonsina había causado revuelo en esta sociedad canalla donde —digámoslo de una vez— siempre nos ganaron los militares. Era algo revolucionario para la época, decía «...Tú me quieres nívea,/ Tú me quieres blanca,/ Tú me quieres alba...» Se rumoreaba que a la poetisa le gustaban los hombres muy jóvenes. El escritor Manuel Mujica Lainez deja narrada esta imperdible anécdota en su diario:
«A Alfonsina Storni la conocí cuando yo tenía 17 años. Solía visitarla en su alto y pequeño departamento de Córdoba y Esmeralda. Era muchísimo mayor que yo, desgreñada y vehemente. Me escabullí de su casa espantado el día que quiso besarme». Luego Alfonsina le dijo: «yo considero amigo a un hombre solo después de haberlo besado».


NO PERDONES, CORAZON

«...me ha contado el espejo / que nieva en mis cabellos mientras caen las hojas...»

¿Quién es esta mujer pequeña de ojos verdeazulados y cabellos tempranamente encanecidos? ¿Qué es un poema y qué es una mujer? ¿Un territorio indelimitado de magias y palideces, un universo de breteles donde el vientre troca en magias en el acto de alumbrar, es decir dar vida, operación que solo admite una pequeña similitud en la obra artística, allí donde una mujer se busca en el lenguaje y se viste y se acuna de palabras, es un territorio de encajes y fluidos, zona de contención donde dormir o morir? Digamos, por ejemplo: una mujer de antaño recrea el espacio de sus siestas hacia donde alguien no vendrá. Y es toda temblor, canción de cuna, espacio de sangres y milagros y espejos y bordados y cepillos y cabelleras y tules, y violencias y más espejos; es en sí toda pregunta para su sed, es la transmutación de sus fluidos, la elaboración de una pérdida hacia donde las olas devolverán su cuerpo para siempre. Es decir el exacto, el perfecto centro de una nada donde las palabras no alcanzan, nunca alcanzaron, nunca alcanzarán. Y ¿qué es un poema? ¿una instantánea a la eternidad resistiendo en la llovizna, el intento heroico e inútil de capturar un instante que inevitablemente habrá de perderse, es decir, el lugar en el que las palabras no alcanzan, nunca alcanzaron, nunca alcanzarán, el exacto, el perfecto centro de una nada?


DATE A VOLAR

En la cima de su popularidad habiendo ya recibido el Primer Premio Municipal de Poesía y el Segundo Premio Nacional de literatura, gozando del reconocimiento de sus pares y el público, algo comienza a fallar. De alguna manera, esa tensión interior que solía crispar sus nervios eclosiona y la lleva a zozobrar. El miedo (esa invocación, que inevitablemente responde) le gana la batalla en todo el cuerpo y el miedo o la fragilidad nerviosa no son más que el negativo o reverso de la voluntad de lucha que fue toda su vida. Comienza a sentirse perseguida: dice que es insultada por la policía, teme estar enferma, se siente vigilada por las mozas de los bares y los guardias de los tranvías
(...Todo ojo que mira me multiplica y dispersa perseguida por la ciudad).
«Noches pasadas yo tampoco podía dormir. Imaginaba el mar y su helada carne verde, esponja insaciable, dispuesta a absorberme para siempre» escribe para La Nación. Luego de la publicación de Mundo de Siete Pozos (1934) Alfonsina siente fuertes dolores. Teme ir al médico hasta que es acompañada por un íntimo amigo, un pintor del riachuelo llamado Benito Quinquela Martín. Le descubren un tumor en el pecho y en el postoperatorio Alfonsina duerme con un revólver en la mesa de la luz. Hacia 1935 una noticia conmueve al país: muere en un accidente un joven cantante de tango, Carlos Gardel. Pronto se inaugurará un monumento de dudoso gusto, que causa polémica entre los porteños de entonces; nos referimos al Obelisco, claro está. Lola Mora muere. Es lógico.


YO EN EL FONDO DEL MAR

En 1937 se mató su gran amigo Horacio Quiroga. En 1938 otro gran escritor Leopoldo Lugones. Mucho se habló de un pacto suicida entre la poetisa y éste último, un pacto que Lugones no pudo aguardar a cumplir. En su último viaje a Mar del Plata, Alfonsina escribe líneas de despedida A la distancia, con la comodidad que otorga ver una vida en perspectiva, todo parece la poética de una premonición: «...el mar cambia a cada momento de pellejo y posturas, la ola traga a su víctima y huye a digerirla en sus húmedos subterráneos sin que nadie la vea...». «Quisiera esta tarde divina de octubre / Pasear por la orilla lejana del mar» Alfonsina ya envió al diario La Nación, su último poema Voy a dormir. Digamos, valga como dato anecdótico, que Alfonsina no creía en Dios. Pero creía en la poesía, que es lo mismo, ya que hablamos de un absoluto que nos trasciende. Y el 25 de octubre de 1938, luego de una noche de horror, todos se acercan a la costa para ver el prodigio. Escritores presos de una metáfora y forjadores de todos los mitos, escépticos y malaventurados, una mujer pequeña de ojos verdeazulados está caminando sobre el agua, hacia su leyenda, hoy que la leemos para negarla, para olvidarla, para rememorar su sacrificio en el altar de las poetas calcinadas, para cargar por siempre con el peso de no haber podido salvar a quien ya es parte de nuestro ser, de nuestro mito e identidad, nosotros. Hombres de poca fe.


© Javier Galarza

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