«¿Podía —entonces— cerrar la puerta sin que mi rostro suplicante —por fin rechazado— fuera el de ella?»Es sabido que la poetisa Emily Dickinson (Massachusets, 1830-1886) fue reduciendo poco a poco los lugares físicos que ocupaba para terminar encerrada de por vida en su casa («mi blanca elección»).A este mundo de imperturbable intimidad donde desarrolló su obra (1800 poemas y unas tantas cartas) podríamos llamarlo «el movimiento de la implosión». La explosión estaría encarnada por la violencia revolucionaria de Artaud exigiendo un cambio en la vida y el cuerpo o la exaltación dionisíaca de la vida que Nietzsche propuso en su duelo de Dios.Imaginemos entonces: a través de las ventanas un pudor y el otoño sobre el jardín, con el cosquilleo de los secretos que jamás serán develados. Una mujer encerrada en una torre a la eternidad comunicándose solo mediante cartas y una superpoblación de poemas (en un mundo estallado de heridas sin retorno, el silencio restituye la belleza).Conocemos una foto de Emily. Contemplamos un rostro algo fantasmal (como una silueta dolida en el espejo, pálida, como si se esforzara por mantenerse en pie, por mantener unida esa muralla devastada que es la personalidad). Algo etéreo que uno desearía amar —en el abril de los decesos un cuerpo implosiona hacia sí, en sí misma ensimismada—.La pregunta de los biógrafos ha sido el por qué de su enclaustramiento. Podemos imaginar la obviedad de los desengaños amorosos. Sabemos que la muerte de su padre también afectó a Emily y la melancolía suele ser el demoledor resultado de los duelos incompletos. Pero ¿fue su reclusión, ese margen que ella eligió, una negación de la vida o todo lo contrario?
Un Vesubio en la casa: el poder de Emily Dickinson es el significativo título del ensayo de Adrienne Rich sobre la poeta...
Pequeños rituales contra la fragilidad nerviosa: algunas frutas en un cesto que la poetisa descolgaba por la ventana, pegar flores disecadas junto a sus poemas, un voto de blancura y silencio para toda la vida. La ceremonia de una cotidianeidad que transcurre en la contemplación. Imaginemos un caudal de vida tan inmenso que no tiene cabida en la fragilidad de un cuerpo, una carga de exitación tal que haría estallar un receptáculo sensible. Justamente el cuerpo ese territorio de magias y violencias que como el cosmos libra todas las batallas. Y una poetisa se sustrae de la vida para afirmarla y conjurar sus miedos. En la contemplación de la naturaleza y en la composición de unos cuantos poemas que la inmortalizan. En la implosión, una forma de la intensidad se cierra sobre sí misma, en sí misma ensismada.
FRAGMENTO DE UNA CARTA DE EMILY DICKINSON A T.W. HIGGINSON:
«...Tengo un terror— desde septiembre— que no podría decírselo a nadie— y por eso canto, como canta el Niño al pie del cementerio— porque tengo miedo—Los poetas— Tengo a Keats— al Sr. y la Sra. Browning.»
«...Habla usted del señor Whitman— Nunca leí su libro pero me dijeron que era vergonzoso...»
UN POEMA DE EMILY DICKINSON:
Dos veces terminó mi vida antes del fin —
Queda aún por ver
Si la eternidad revelará
Un tercer suceso para mí
Tan gigantesco, tan imposible de concebir
Como los dos que ya viví.
La separación es todo lo que del cielo sabemos
Y todo lo que necesitamos del Infierno
POEMA HOMENAJE DE JOAQUIN GIANUZZI
EMILY DICKINSON EN UNA FOTOGRAFÍA
Víspera de la clausura: en el limite terrestre
posa para el siglo pasado,
un rostro nevado detenido en lo oscuro
entre el pelo partido y la pesada vestidura.
Los ojos miran apacibles
la extrañeza de toda carne a su alrededor,
un orden de cosas vacilantes que las manos
están cediendo a la gravedad
como arrastradas por un pálido ramillete.
El retiro y su espacio se acercan:
un nervioso animalito que va a marcar su territorio
para diez años y tres mil gorjeos. Entonces
andará el pie furtivo en el corredor, el mundo
en una rendija, un ardiente espionaje
con pequeñas astucias de soltera, pulsaciones
de súbita escritura cortada para reclamar
la primera mordedura del cielo.
Pero todavía, aquí
la retienen esos aturdidos materiales
que fecundarán el deleite en la penumbra,
todavía reúne
porciones iluminadas de un universo dislocado
hasta vislumbrar un orden para si misma
y desaparecer con el vestido blanco y la certeza
de que señoras y señores extrañamente vivos
sugerirán atendiendo la agradable escena.
POEMA HOMENAJE DE ALEJANDRA PIZARNIK
POEMA PARA EMILY DICKINSON
Del otro lado de la noche
la espera su nombre,
su subrepticio anhelo de vivir,
¡del otro lado de la noche!
Algo llora en el aire,
los sonidos diseñan el alba.
Ella piensa en la eternidad.
© Javier Galarza
4 comentarios:
Uy, qué paseo me estoy dando en esta calle desconocida para mí hasta ahora... Volveré.
Abrazos,
ema
gracias por el paseo ema.te espero en estas calles nomás.
en si misma ensimismada...pero mas receptiva que nunca, mas que cualquier persona sumergida en su cotidianidad,en la ciudad, el trabajo, la familia...
saludos
Nunca lo habia pensado como una implsión pero es exactamente eso una creatividad que solo se da al volverse sobre si mismo y no es exactamente soledad sino con sigo misma
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